viernes, 20 de febrero de 2015

El despertar

El despertar de Aníbal no fue nada corriente, pues estaba de pié y se hallaba en el bosque. 
Desconcertado, confundido, giró la cabeza en todas direcciones. A pesar de su confusión supo enseguida donde se encontraba; no estaba muy lejos de su casa. El sol brillaba en lo alto y su luz atravesaba el follaje descendiendo hasta el suelo en forma de haces. Una brisa refrescante agitaba levemente las hojas produciendo un rumor que por momentos se intensificaba, y algunas ramas secas caían desde las copas. No había nada extraño en el lugar, sólo no recordaba cómo había llegado hasta allí. 

Se sentó a ordenar sus pensamientos. Recordó que ese día salió de su trabajo, que era en el pueblo, y que luego tomó el camino que pasa junto al bosque, después, nada, recordaba solamente eso. 
Tirando de su camisa notó que estaba empapado en sudor. Buscó su pañuelo en el bolsillo, y encontró también algo que no esperaba; un fajo de dinero. ¿Habría cobrado ese día? No, faltaban muchos días para que le pagaran, pero, ¿cómo había obtenido aquel dinero? Lo contó, no era mucho, pero de todas formas era dinero extra. Le había pasado lo mismo hacía unos años, en una época de escasez, pero apenas recordaba ese echo, incluso había llegado a creer que nunca había pasado. 
Se levantó, volvió a girar la mirada, esta vez para asegurarse de que nadie lo veía, y partió rumbo a su hogar. 

Por el camino decidió no hablar sobre lo sucedido a Patricia, su esposa. Qué le iba a contar si no recordaba nada. Tal vez sólo se había medio desmayado, aunque eso no explicaba lo del dinero. 
Terminó ese día, el sol se ocultó tras el bosque, y pronto las tinieblas cubrieron todo el paisaje. 
Aníbal se durmió pensando en el extraño suceso, sin poder esclarecerlo. Temprano por la mañana partió a pié rumbo al pueblo. Cruzó por unas pocas personas, los mismos de siempre, y llegó a su trabajo sin ningún inconveniente. Cuando terminó su horario partió rumbo a su hogar; volvió a despertar en el bosque unas horas después. 
¿Qué le estaba pasando? Ya algo asustado se alejó de allí a paso firme. Al tantear el bolsillo, nuevamente tenía dinero, entonces las preguntas se agolparon en su mente: ¿Quién le estaba dando dinero? ¿Sería el Diablo? De sólo pensarlo sintió un hondo terror y se persignó. Se imaginó inconciente en el bosque, de pié pero paralizado, ajeno a lo que pasaba a su alrededor, incapaz de ver lo que había por allí, lo que rondaba en el lugar, e imaginó que entre los árboles caminaba una criatura demoníaca que se iba aproximando a él con paso pesado y respiración de bestia; y dedujo que tal vez el dinero era el pago por su alma, o por un servicio prestado al Diablo. 
Cuando llegó a su casa su esposa se precipitó hacia él, y mirando hacia el bosque por la ventana, le dijo muy alarmada: 

- ¡Ya estaba preocupada! ¡Creí que te habían asaltado también! ¿No te has enterado? Me lo dijo una vecina al pasar. Ayer asaltaron y mataron a alguien que iba por el camino. La policía del pueblo anda por ahí, porque parece que desapareció otra persona. ¿Aníbal? ¿Qué te pasa? ¿Aníbal…? ¿Qué tienes en los puños? ¿Es sangre, golpeaste a alguien? 

Las últimas palabras de Patricia las escuchó como si vinieran de lejos, y todo empezó a oscurecerse. 
Despertó en el patio de su casa. Se aproximó a una ventana y miró hacia adentro. Lo que vio lo horrorizó tanto que retrocedió unos pasos y después se echó a correr. Y en su huída recordó todo, y volvió a ser el asesino que fue antes.

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